Bitácora de Oporto
Oporto, esta urbe híbrida entre la decadencia y el progreso, que luce superficies cerámicas como manteles que arropan el eco de las fachadas que, en un ayer, mantuvieron el calor de los hogares.
He de reconocer que el transhumanismo embriaga a la intensidad de mi áurea. El recorrido de ciudades, aligera de pedruscos a esta ánima errante y desfallecida.
Un día, yo me cansé de esperar el acompañamiento de esta incesante furia por visitar cauces, piedras y porcelanas.
Porque, quizás, quien se suponía que representaba a mi copiloto, era más que un espejismo que jamás dispuso, para mi corazón alborotado, ni ganas ni tiempo.
Aquí, en la línea recta, contraria a Valencia, musito tras el crepúsculo portugués, estas ansias de descubrir, de amar y de crear.
Sigo pensando en ti, en este laberinto neuronal que aprisiona, como aquel lucero que se divisa entre las barcas tempestuosas.
Un río boquiabierto, Duero, que remolón salpica a las embarcaciones mientras los teleféricos-guindas- cruzan el mapa del paisaje.
En estas calles, aún abundan las viejas librerías, las callejuelas que están minadas con sus oros expuestos: joyas de papel de la sapiencia humana que, gracias a la especulación, poseen los días contados. Por eso, recuerdo aquel pensamiento de fe, en la fortaleza del amor. Cuando pensé ser amada y no resultó más que estafas itinerantes de la vida, porque cuando uno quiere, desde la sinceridad, busca mil razones para que el árbol florezca. No hay excusas ni contratiempos.
Y sí, aquí, atiborrada de repostería y de bacalao, pienso en ti, como aquellos peces de la orilla aspirando el pan desmembrado de los turistas.
Como el parqué crujiente de la Librería Lello, pisoteado por la marisma de visitantes desbordados por una foto, y un montón de libros impresos, como una prostituta que te muerde la oreja por un par de céntimos.
Estoy enamorada, sí, y siempre lo hago de la peor manera. Con escándalo y alevosía, pero no puede mi escenografía pintada artesanalmente sobre los azulejos, ser sensata.
Tal vez, en el fondo considere que no merezco amor, que estas escalinatas, hasta la Torre de los Clérigos, sean la penitencia de un abandono, que aseguro, me salvó de la resurrección.
Los atardeceres son preciosos, y he aprendido a divisar, sin aguardar nada a cambio. Si al caso una amistad, un metro que lleve al aeropuerto, el poder respirar el aire frío, una risa entre cortados y la víscera: una rosa, en el puño cerrado, muerta por asfixia.
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