El símbolo
Los colegios, en verano, se convierten en estatuas de cera, impertérritos bloques con los despojos del silencio. Las verjas herméticas atravesadas por la luz del día y algunas plantas rotas por las últimas lluvias. El todo, en una conjunción deshabitada, de la unión omnipresente de las gaviotas, de los palomares, de los puñados de hojarasca y algunos papeles entre los escombros. Timbres afónicos, el eco-extintor de los niños del patio. Un vergel de recordatorios en la penumbra de sus paredes. Este año, en que alguien olvidó apagar el interruptor de una clase. Desde esta casa observo el aula y la morfología de sus enseres fotográficamente detenidos. A principios del verano, pensé que era el resultado de un despiste o de una frugal visita. Pero, han pasado los meses y la nocturnidad hace que resplandezca su belleza, como una nave blanca, en medio del campo. Las sillas, sus pared...