Oporto, esta urbe híbrida entre la decadencia y el progreso, que luce superficies cerámicas como manteles que arropan el eco de las fachadas que, en un ayer, mantuvieron el calor de los hogares. He de reconocer que el transhumanismo embriaga a la intensidad de mi áurea. El recorrido de ciudades, aligera de pedruscos a esta ánima errante y desfallecida. Un día, yo me cansé de esperar el acompañamiento de esta incesante furia por visitar cauces, piedras y porcelanas. Porque, quizás, quien se suponía que representaba a mi copiloto, era más que un espejismo que jamás dispuso, para mi corazón alborotado, ni ganas ni tiempo. Aquí, en la línea recta, contraria a Valencia, musito tras el crepúsculo portugués, estas ansias de descubrir, de amar y de crear. Sigo pensando en ti, en este laberinto neuronal que aprisiona, como aquel lucero que se divisa entre las barcas tempestuosas. Un río boquiabierto, Duero, que remolón salpica a las embarcaciones mientras los teleféricos-guindas- cruzan el mapa...