Malas noticias

Las malas noticias vienen de la mano

de la lluvia sal.

Con pasitos punzantes 

se cuelan en el pabellón auditivo,

ellas bajan jabón 

en un parque temático

de incertidumbre maniquí 

y estadística.

Siempre comenté que el día 

que recibiera una misiva jinete 

bajaría al colmado, que no existe,

de casa de mis abuelos.

Compraría una bolsa de pipas 

y mi cuerpo hechizo se transformaría 

en una niñez almíbar.

Sentada frente a la playa,

observación constelar de la memoria,

empezaría el ritual convulso 

de los primates ciegos tabiques 

de comer entre cáscaras y semillas 

cada letra y purga.

Volver, lo estoy pensando,

mientras lanzo a la acera 

el desperdicio cruel de los que agónicos 

devoramos la vida.

Sigo con mi atracón de pipas,

aunque me muera de sed,

y se hinchen mis párpados pez 

frente a la bahía.

Volver.

La lluvia con su inquina de UPS,

mensajera internacional del adviento,

adapta el marco adecuado 

para los veredictos.

Quemar la falla.

Explotar el petardo.

No sé de dónde soy, querida ola,

en este malecón de versatilidad urbana 

con los puños colmados de pipas 

disparos secos frutos 

de aquello que nos mata 

en afónica correspondencia.

Saber que has cumplido condena.

No importar absolutamente a nadie.

La lluvia cartera con su telegrama 

y mis ojos escuchando la música del canelón.



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