El cambio de hora
Buscas, obcecado, la verdad
en el reflejo de un envase,
tirabuzón de pupila
ante la luz de un halógeno.
Cierto tiempo se empeña a deglutir
el cambio de la hora.
La rutina olímpica de los que llegarán tarde
hasta el nuevo rodaje de manecillas,
con el reguero que amanece
tras el rayo de la almohada en la cara
y los niños espectros luciérnagas
con el corazón impacto
dando rizos entre las sábanas.
Se come, sin hambre, el almuerzo.
Se levanta, con sueño, la tilde.
Se enfurece la costumbre
en un litigio porque el supermercado
aún no ha recibido el camión de carga
y los enamorados se flagelan
ante la impostura de una hora menos
de pasiones.
Sinceramente, aborrezco este canje
para el fomento lumínico
del ahorro. Si abrimos todas las lámparas
cuando entramos en casa
sea azul o negro el cielo.
Y nos crean un conflicto filosófico
porque el planeta necesita
otras estrategias más importantes.
Cerrar los ojos a la verdad
supone una puerta faro,
el desbarajuste del biorritmo
y las ganas de fingir un sol
que apenas sonríe.
Ll.Ll.
¡Cuánto se debe reír el sol de nuestros tejemanejes horarios!
ResponderEliminarEl humor siempre nos salva.
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