El cambio de hora
Buscas, obcecado, la verdad en el reflejo de un envase, tirabuzón de pupila ante la luz de un halógeno. Cierto tiempo se empeña a deglutir el cambio de la hora. La rutina olímpica de los que llegarán tarde hasta el nuevo rodaje de manecillas, con el reguero que amanece tras el rayo de la almohada en la cara y los niños espectros luciérnagas con el corazón impacto dando rizos entre las sábanas. Se come, sin hambre, el almuerzo. Se levanta, con sueño, la tilde. Se enfurece la costumbre en un litigio porque el supermercado aún no ha recibido el camión de carga y los enamorados se flagelan ante la impostura de una hora menos de pasiones. Sinceramente, aborrezco este canje para el fomento lumínico del ahorro. Si abrimos todas las lámparas cuando entramos en casa sea azul o negro el cielo. Y nos crean un conflicto filosófico porque el planeta necesita otras estrategias más importantes. Cerrar los o...