La taxidermia del sentimiento

Siempre intenté llamarte

pero el teléfono

se había convertido en un bloque

de hielo.

Tal vez, si gritaba fuerte

una palabra convertida en cometa.

Podría tu corazón

sentir el atisbo de un coletazo

de lagartija.

Trémula atravesar rascacielos.

Sujeta 

con el hilo de mi lengua

hablar horas, frente al boulevard

hasta que los abetos florecientes

cubrieran de nieve tu silencio.

Un disco de Madonna.

Un ponche en un cuenco de leche.

Y el amor se convertía en una pócima

que ante tus ojos 

arañaba la parte gelatina

que sufre delante de los hospitales.

No cambio, la mueca.

Ni la pareja de cigueñas

que autómatas vestían de París

la chimenea de la fábrica.

Bueno...ya sabe que soy una poeta remilgada

que atenta

contra la sintaxis y la academia de corte y confección.

Pero, cuando me escribieron

el ánimo no lo hicieron chico.

Y pensé, en llamar un día

por teléfono. Pero, absurda,

completa y asnífera

decidí cantar bajito

cómo lo hacen las lombrices

bajo la raíz de los debutantes.

Libre de plásticos y oídos.

Con versos de plastelina.

Porque aunque no hable de este amor desmesurado.

Sé, que usted escucha la taquicardia.

Y un día lo echará de menos.

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