Una gota azul en la leche.

Es hora de mudar de piel.
De ingerir el suficiente antídoto
para que al poema
le nazcan protuberancias.
De sabotear al temor mar
del que priva.
De que el único veto 
sea esta madera nogal
que levanta hacia las uralitas
la hoja, fruto de la cicuta,
que narra tus narcotragedias,
tu cine de actor feo,
tu poesía como la cirrosis
de todos aquellos que te reniegan.
Qué tendrá la espora.
La asociación indebida.
Las lenguas con con-fitura.
La leche agria del que te apunta
con un lápiz y te lo mete en el ojo
en un acto de amor.
Es el momento de soltar mis huevas al río.
Eclosionar de accesos.
De mirar y rarim al espejo.
De creer que me sostienen
si mis piernas-bases son de hormigón
de rascacienos.
Hora, de sacar los perros a mear.
De besar la boca de las medusas
que me ahogan la glotis.
De accidentar.
De amedrentar.
De pintar de mármol.
Mi dignidad escribiente.
Tú, no eres más que eres no.
Y te subes a la noria.
Y caes porque los poetas no somos 
contratistas de obras agrícolas.
Aunque los pepinos importen
lejos
de los que tienen las manos secas
y el humedal 
en cada paso hacia la curva.

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