El pollo se come con las manos.

Pides la palabra, vestida o trajeada
yendo al trabajo en bicicleta.
O en una limusina con chófer.
Y cuál es la auténtica.
La pura que acaba en copa y puro.
O la de las hileras paradas
en las estadísticas.
Tú luces marca o prefieres la huella
de los unicornios.
Metida en litigios, gargantas secas.
Mutilaciones en manufactura.
Vástago de ritmo y podredumbre
en los cantos. Con la nicotina
y el bote de lentejas, succión del hambre.

O prefieres la poesía de canal de pago.
Con hebillas de titanio y dientes de leche.
Y mesa para dos en el ático más alto de Madrid.

Quizá tú no la denomines poesía.
Si agoniza en el sanatorio con una enfermedad letal. Si presenta
convulsiones .
Si huele a perro abandonado.
Si brama por el muerto muerto.

La huérfana es la mía, la de ojos de ratón.
Silenciosa de día.
Pecaminosa de noche.
Con trapos y turnos discontinuos.
Bisexual. Trampilla y ludópata.
Sin discursos.
Ni un chalet, ni donde caerse muerta.

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