La tierra apaga al fuego

Sé que parezco un ciprés a tu vera, un árbol espeso con la sombra tan larga como un domingo laboral. Y que mi ímpetu asusta, nubarrones y tracas, a cualquier caballo sordo. En la cocina asientas la mirada
con la réplica de las sillas para
con tu humildad nogal decirme
que mi voluntad corona el destino.
Sé que convivir ( con mis ocho tentáculos,
los ojos de araña,
el pasado de orquesta
y el zumbido de mis estorninos) no es fácil.
Para un hombre de raíz café
y manos palmeras de nido,
por arropar en su seno la vela rajada.
Del barco que manejas
y el peso del colibrí de la decisión mundana.
Yo te admiro.

Soy yo, la que te admira,
y te venera. Porque sostienes mis sueños,
y haces que el verde brote
de mi esperanza.

Me he convertido en un Centauro.
En ti, y apropiada te cobijo.

Árbol alto hasta el satélite 2467-Z.
Pero no olvides Amor,
de vaso, y hombro.
Qué no hay árbol que resista
sin la tierra, mina de pez.
Tú, Amor, eres el espacio
de una raíz que te pertenece.

Y el viento no podrá con nosotros.
A veces para crecer uno se queda atrás.

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