La imperiosa e incorregible necesidad de escribir.

El portavoz de la palabra.
Prensa de sótano
que bucea hacia el foco
igual que un cefalópodo de carne y hueso.
Aunque los poetas, en época de cría,
ostentamos jibia.
Ni siquiera en época vacacional
hibernamos. Mudanza de tez
escribientes de sombrillas playeras
en la pausa lectora de dos tomos.
Porque somos chulos tan
que los libros nos parecen livianos.
Y los cogemos a pares.
Hasta en el ambulatorio, pendientes
de la cura
de una medusa adherida a la tibia
contamos sílabas;
y el pareado picante
brota de nuestro sufrimiento edema.

Y es que el poeta no para
de caer. No descansa.
Es imposible la pasividad en el estío.

Como un pájaro carpintero
encima de una cómoda.

Pica, pica, pica para gusto de los colores
recitando bajo los olivos a cuarenta
con la fe de los que odian a la poesía

y por eso la premian.

Con mi jibia a cuestas
y todos los libros que me quedan por leer.

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