Monterosa
-A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.
-Oscar Wilde.
Parecía que no habían transcurrido dos inviernos. Cuando mi vista
se topó con el hombre que más
significado en el diccionario
de mi mente dispuso.
Lo amé con la premura
del poeta que puede vanagloriar
a otro poeta.
Y sin embargo. La tristeza de una marcha
de cometa. Sedimentó el puzzle
que conformaba mi bazo.
Para sentir que me hallaba frente a un coloso marino, tras el cristal opaco
de un acuario gigante.
Le amé con tal pleura, engendro,
pleitesía
y el sabor de la hiedra en sus besos.
Qué parecía el mismo hombre
y no lo era. Un príncipe
en su planeta con la amistad de
la rosa, el zorro, el prestamista.
Él en su propia órbita.
Escuchando la traba de la corrosión.
Mentira, cómo un transistor que
clamaba.
Le amé, pero, él siempre tenía prisa,
la celeridad del astronauta.
Él no sabe de mi padecer.
De la pena homicida
con el desprecio del silencio.
Para convertirme en un clavo
con óxido incrustado en la madera.
Mentira, pienso que sólo era una inversión
y que después de la angustia.
Jamás de nuevo debía domesticar
mi espíritu.
Usar a las personas. No era mi juego.
Sí, fue mentira porque yo ya no te quiero
como antaño.
Parecías un desconocido
bajo la sombra alargada de un flexo.
Y la añoranza y la soledad
salían de la mano de la cuenca
de nuestros ojos de náufragos.
Me sentí ridícula.
Como una vieja película que de repente
repone el cine.
Hablar del averno.
Leer poesía.
Sanar el cólera.
Perdonar. Y no volver a permitir
que me tratara como una pizza a domicilio.
Caliente con hambre.
Fría en la basura, la cual también
tuve que bajar de su piso.
El karma.
Humillar al ser no es beneficioso.
Y sólo daña quién puede
entre cicatrices y espuma.
Te eché de menos.
Lloré tu ausencia.
Y me busqué la vida.
Como hacemos todos los sobrevivientes.
Cómo tú sabes hacer, mejor que nadie.
-Oscar Wilde.
Parecía que no habían transcurrido dos inviernos. Cuando mi vista
se topó con el hombre que más
significado en el diccionario
de mi mente dispuso.
Lo amé con la premura
del poeta que puede vanagloriar
a otro poeta.
Y sin embargo. La tristeza de una marcha
de cometa. Sedimentó el puzzle
que conformaba mi bazo.
Para sentir que me hallaba frente a un coloso marino, tras el cristal opaco
de un acuario gigante.
Le amé con tal pleura, engendro,
pleitesía
y el sabor de la hiedra en sus besos.
Qué parecía el mismo hombre
y no lo era. Un príncipe
en su planeta con la amistad de
la rosa, el zorro, el prestamista.
Él en su propia órbita.
Escuchando la traba de la corrosión.
Mentira, cómo un transistor que
clamaba.
Le amé, pero, él siempre tenía prisa,
la celeridad del astronauta.
Él no sabe de mi padecer.
De la pena homicida
con el desprecio del silencio.
Para convertirme en un clavo
con óxido incrustado en la madera.
Mentira, pienso que sólo era una inversión
y que después de la angustia.
Jamás de nuevo debía domesticar
mi espíritu.
Usar a las personas. No era mi juego.
Sí, fue mentira porque yo ya no te quiero
como antaño.
Parecías un desconocido
bajo la sombra alargada de un flexo.
Y la añoranza y la soledad
salían de la mano de la cuenca
de nuestros ojos de náufragos.
Me sentí ridícula.
Como una vieja película que de repente
repone el cine.
Hablar del averno.
Leer poesía.
Sanar el cólera.
Perdonar. Y no volver a permitir
que me tratara como una pizza a domicilio.
Caliente con hambre.
Fría en la basura, la cual también
tuve que bajar de su piso.
El karma.
Humillar al ser no es beneficioso.
Y sólo daña quién puede
entre cicatrices y espuma.
Te eché de menos.
Lloré tu ausencia.
Y me busqué la vida.
Como hacemos todos los sobrevivientes.
Cómo tú sabes hacer, mejor que nadie.
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