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Mostrando entradas de septiembre, 2017

La incontinencia

El carro rojo que lleva el diablo entiende tanto de visual que las ruedas viran sobre los unicornios, con la conducción de reglas que moldean senos, cosenos y otros enseres del álgebra. Hoy, escuché que una persona sin sueños, se rinde. Qué las fábricas sin clientes son un burdel que huele a mosca. Tal vez entienda que la única vía de auxilio sea la globalización, del ser humano, con sus ratas, con sus líneas de expresión y llantas aleatorias. La globalización, el enterrar las ramas para que crezca el junco en las aguas, en el interior estomacal y otros procesos virales. Cruzar el semáforo en rojo garantiza un golpe inminente. Terremoto que nos conversa del poema de sus adeptos. Pido paz por Amazon, a ver si la venden por lotes y para todos.

Agradecimiento

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Dar las gracias a Vicente Rodríguez Manchado HW por su buena voluntad de hacer llegar la poesía y cualquier actividad vinculada a  ella,  a la calle. Su intención es generar un movimiento similar al ya existente en León "Ágora de la poesía" en un espacio público, el 27 de septiembre a las 21:30, en las escaleras del Palacio de Anaya en Salamanca. A través de carteles y folletos promoverá un micro abierto y deseo que congregue el máximo de personas posibles. También, dar las  gracias porque se ha usado  un verso mío, dentro de los cuatro principios de su buen hacer. Pues, ya sabemos, que son malos tiempos para la lírica.

El mudito de Blancanieves.

Un poeta no debe callar jamás, no debe, ni bajo el agua, aunque sea un narcisista y precise una escafandra. Un poeta improductivo no es un poeta, porque es obligado el ejercicio hasta para el atleta, para que sus músculos formen frases en la ciudad de las ratas. El agricultor sabe de la humildad y cuando recoge las hortalizas no priva de su alimento ni a los gusanos ni a la boca de los niños. Por qué privar de la lectura, por qué amputar la palabra en medio de la lengua. Que sus hormigas no circulen en el cristalino de los bizcos, de los tuertos, de los miopes. Un poeta debe enseñar sus heces al mundo. No guardar los manuscritos. Como si fueran joyas dentro de un cofre, con la pose de una estatua de barrio periférico, con litigios astrofísicos y existencialistas de que no le lee nadie, y quién lo hace no le interesa. Poeta, maldito poeta, haga el favor de hacer un clavo al mundo, hable y escriba: su pus, su ambrosía, su esperma, su influjo vaginal; taladre l...

Tránsfugas

Ahora que levantan los muros que en un ayer se derribaron. Y en las húmedas tierras berlinesas perros olfatean los coches traseros aparcados en doble fila. En un país anheloso de Rusia, con divanes en lista de espera, con gente que pasea sus brazos por la vía, brazos que ladran, a la luna, a la barra, a las canciones malditas, a los gatos, a la comida precocinada de una agonía que busca el mejor modo para morir. Con la rareza como forma involuntaria para desafiar al mundo. Ahora que arden los violines, que los libros se coleccionan y los cisnes del Danubio purgan su alas con éxtasis. Sé que te amo, a pesar de los cojos que menguan, y el olor de la olla quemada en un salón en los Balcanes. Y amarro tu voz a mi poema, porque ninguno pertenecemos al club de la lucha. Nuestro país es una cama.

Lapes-te

Cuando se transita en la invisibilidad más absoluta, semejante a la de un muerto. Y se aísla al ser humano, transformando al espejo en un leproso. Y no estás enfermo pero te convierten en el insano, un parche de la rueda de bicicleta, y tú sólo querías volar con el Concorde; soñando un compromiso con un banquero y trabajar de azafata desde niña, porque ellas siempre han sido bellezones vestidas de Nancy, como si fueran ángeles en el cielo para morir con santos y aparición. Morir cerca de la belleza. Qué importa la culpa. Pero, erraste. El fútbol cotiza más en bolsa debajo de los ojos del poema que rifa, el rastro del rímel corrido. Te matan y no te das cuenta. Y aún quieren tener razón mientras usan gasas para tocar tu ánimo. Y es que no hay peor muerte que la del pez con acera equivocada. El parado. Al dinero libertador.  Y no sé que más venéreas capitalistas entre guantes de goma y mascarillas por si el próximo que va a...

Trapoestético

Un poeta nunca debe confeccionar poemas a medida. Debe ser crudo carne y combustionar con el aliento de los días de la semana. En ocasiones, se nubla la propia estrella, y se abre en canal. Con su negrez perforada. Los poetas, mendigos. Los poetas, lápidas. Los poetas en carbono. En tila. En arcadas. En vestigio. En bomba de racimo. Oficio sin sustento cayendo en los diques de un mar de ríos, ríos de salamandras. De ahogadillas a las conversaciones. Y remar para resolver la aritmética de cada una de las treguas. Después del yeso fuera de la rotura. Del vino de olor en vaso. La humareda. El tanque. La fragua. Un refresco, una hogaza y una mujer nueva como tantas lunas caben en la centrífuga  y otra sed de espermatozoides.

El hombre de Redón.

He contado las lunas que habitan en tus ojos, ojos de Júpiter. Y en ellas ha florecido la mañana de las máquinas de coser, lo que lleva el repunte de mi corazón de trapo. Eres un hombre que tiene en sus manos los desiertos más plagados de vida. Mi compañero de color colibrí, de beso petirrojo. El espejo de la espalda, donde nadan los delfines. Hombre de libros y fetiches. De navas y jazmines. Del lodo hecho casa. Mi casa, mi refugio. Del nido de las culebras. Mi pareja de ases y cruces, de noveles impares, del renacer de las amapolas en las vísceras. Otoño, serrín de especias, amor lúdico de transeúnte. Te quiero. Sin filtros ni posturas. Te quiero en horas de vigía. Sin anillas de palomo, ni certificado de empresa. Como la desnudez.

Resin-a-cciones

“Estás triste, es cierto, pero tú no eres tristeza, tú eres alegría y serenidad y paz. No mires sólo un aspecto de ti misma, un accidente de tu propia substancia; tú eres todas las cosas juntas, y el mar y las estrellas y las rosas se anuncian en ti. No mires tu miseria, no te complazcas en ella; hazla a un lado, apártala, y cultiva lo que todos tenemos en divinidad adentro.” Jaime Sabines. El olor inconfundible del Avecrem se cuela por la ventana, mientras escucho, la danza que emite la lavadora con un bolero de sus correrías. Hace tiempo que te largaste. Tan largo como un teorema sin resolver; pusiste la pajarería en venta, con todas tus eyaculaciones, con tus sagrarios, las motas y los motes de los incautos que creyeron poder meter al cosmos en un bote de aceitunas. El Avecrem en forma de neblina levita con mis divagaciones, y el programa de lavado ha cambiado el ritmo. Sé que eres feliz. Que ganaste un premio al tedio, y que te han nacido botones en la azotea...

Hartrosis

Te crees hecho de estaño, y que todopoderoso aplacar el musgo es pisar bosques. Que medrar el dolor se esconde en fundas de gafas y los cartílagos auxilian el peso de las vivencias. Ellos lo acallan, a cambio de hueso, de sombra, de hienas que roen cada pilar de esta casa llamada cuerpo, saco de almatruces, de dientes de leche, de veneno bordado en el dobladillo de las esquinas. Te crees invencible, y la fustigación de los que te buscan bajo tierra pasa factura, y quiebra, y rompe, y rasga la "y" griega que fue un día un pájaro bajo la hipófisis. Me rompo. El embiste acontece. Como una poema mal escrito dentro de una bolsa negra, de plástico yyyyyyyyyyyy.

Nostálgica de los que ya no están vivos.

Ves como pasa la vida igual que el ruido de los charcos atravesados por las ruedas de un auto. Su sonido cortante en esta noche, divagación de una calle sin ratas, con los alguaciles lumínicos, y las ventanas de bocas calladas. Vigías de este cansancio sobre el sofá, la lluvia lacerando la atmósfera. Y en el reloj, los niños que ya han crecido y los que se fueron que nunca descansan en el peaje del tráfico generacional a la hora en que cerramos la mirada al techo. La costilla, la lumbre y la tierra bajo las uñas.