Centuriona.

En Roma  los taxistas cantan operetas
mientras conducen, y las piedras sostienen
a las mismas piedras que otras manos dispusieron
entre amos y esclavos, entre uva y ricino.

La cosmopolita ciudad, que contrasta con la humedad veneciana,
porque aqui el fragor del sol te cuece,
te cuece cada uno de los filamentos
hasta convertirte en estatua.

Cae la solana y en la deseperacion nos guarecemos
en la sombra proyectada de las farolas, sorteando carromatos que ofrecen
bebida a precio de ruedas. Pero, Roma, ardiendo,
y de fisuras te da de comer de su buche,
alimentada loba que nos estimula,
como gladiadores en sesiones de rayos ultravioleta
a morder la arena, y a descubrir
que el amor es el primer latido
que acontece enredado de hiedra.

El coliseo abarrotado.
Y aun escucho la jarana del martir.
Para acabar llena de vida
despues de dar muerte al verano.

Lluisa Llado.

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