Una ciudad cualquiera.
I
I
En Valencia la humedad bailaba con ese viento malévolo,
de las conversaciones lidiando
con el zumbido de coches y de motos
que en comparsa llenan sus avenidas.
Las latas volcadas emulaban
a los cisnes en su charca ocre,
junto a los parques con mendigos
disfrazados de estatuas por la contaminada erosión.
Valencia, que bella cabruna, con sus portales
poseedores de tesoros, y esos museos preñados
de presupuestos.
Camino, y en la agonía metropolitana
llego al evento, número... ¿qué más da ya su número?
El mayor parásito
del ecosistema es el hombre.
II
Si en cada mano he de sostener la herejía,
la calamidad,
calibrar el rumbo del poema,
entre las aguas fecales, y las palomas en los abrevaderos
con la suciedad de las uñas de las aceras.
Calibrar la asonancia de viajes en paraísos.
En árboles con lazos, y frutos con la mancha inodora
de la realidad. El poema exorcizado,
amamantamiento del líquido gaseoso,
con la palabra en manos del funambulista
y abajo todos esperando a que caiga.
I
En Valencia la humedad bailaba con ese viento malévolo,
de las conversaciones lidiando
con el zumbido de coches y de motos
que en comparsa llenan sus avenidas.
Las latas volcadas emulaban
a los cisnes en su charca ocre,
junto a los parques con mendigos
disfrazados de estatuas por la contaminada erosión.
Valencia, que bella cabruna, con sus portales
poseedores de tesoros, y esos museos preñados
de presupuestos.
Camino, y en la agonía metropolitana
llego al evento, número... ¿qué más da ya su número?
El mayor parásito
del ecosistema es el hombre.
II
Si en cada mano he de sostener la herejía,
la calamidad,
calibrar el rumbo del poema,
entre las aguas fecales, y las palomas en los abrevaderos
con la suciedad de las uñas de las aceras.
Calibrar la asonancia de viajes en paraísos.
En árboles con lazos, y frutos con la mancha inodora
de la realidad. El poema exorcizado,
amamantamiento del líquido gaseoso,
con la palabra en manos del funambulista
y abajo todos esperando a que caiga.
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