2017
Este mobiliario de árboles desvaríos
que guarda el mantel
con aquellas manchas que amorfas, inventan cuentos
de tan disparatadas que son.
II
Si viniera con el último regurgitar
y en la ojera hallara el reposo,
podrían bien las manos ser colas de pavos
y alumbrar el este de la medianía de la noche
bajos los plumajes de las palmeras-máscaras.
III
En la calle, el silencio más vestido de negro,
con las urracas haciendo sombreros de paje,
y llueve, dentro del horno,
cada uno de los espécimenes
que serán devorados
como el tiempo que nos tritura a nosotros.
IV
Pero, no acude a la llamada
se arrincona en el eje del calendario
y hace trances en una espiritualidad
inexistente.
V
Anaranjar las paredes.
Subir al corcel del sexo.
Lidiar con las hojas en blanco.
Sentir que se apaga en el quinqué, la fe.
VI
No poder borrar del párpado
el arañazo de este trozo de mesa
que sostengo a cuatro patas
como una estación climática
como un surtidor de gasolina
que parece agua del oasis.
VII
Si hubiera roto el silencio,
y asesinado las dudas de arena,
comería el sin dientes los dátiles de la literatura
para engrasar estas tuercas
de coche que se estrella una y otra vez
con las olas amigas.
VIII
El abrazo, hubiera supuesto un homicidio
y ambos lo sabemos,
ahora se trata de morir
con la salpicadura del veneno, y hacer hogueras del ayer
en la mudanza de un piso destartalado
y los muebles sobrantes, que no caben en la medida
de las manos.
IX
Peces son sus manos
en el océano, con la montaña de los crisantemos
hallo el ojal a tanto viaje, se arma con la montura del cazador
y noto como el poema languidece
a la mortalidad de las cafeteras,
de los duendes en los fregaderos,
al son del hipo de la ducha,
y el desconcierto de la tele puesta en escena
erótica.
Porque sus manos son peces
que arremolinan las anémonas.
Y yo lector de esta losa, alacena, vivero,
dejo que el coral saque raíces
como el arañazo de un gato
de puro amor.
Lluisa Lladó.
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