UN IGLÚ EL SUPERMERCADO.

Cuando la hacen sentir
una peladura de plátano
puesta al revés.

La mondadura de una mandarina
que quiso ser culebra
y se rompió
en un puzzle.

Frutero de cera,
silicona
y brillo de aerosol.

Ser mordida
y salir del metro
llamado
Paraíso.

Devorada por el moho
y alguna lombriz
imperceptible.


Descongelada
en el pasillo de ultramarinos
junto a los guisantes empaquetados.

Él había escrito una nota de despedida
en la lista de la compra
entre la botella de aguardiente
de Chavela,
que en paz descanse
y un litro de gaseosa.

La abandonó
con el carro metálico
repleto
de lágrimas-panecillo
sin mortadela
y con mortaja.

Entre los compradores compulsivos
y las ofertas
yacía un tres por dos
con papiroflexia
de rótulos rojos
y salida de emergencia
en letreros verde.

Un taxi  esperaba
y trémula
buscó la megafonía
que anunciara
su regreso.

Basta una bolsa de cinco céntimos
para transportar
un corazón a rodajas
y el alma envasada
al vacío.

Olvidó la tarjeta de puntos
y la Visa
denegada
en el datáfono
de unos ojos.

Salir al párking
sin compra
en vendimia de dudas
y en la señal con una ardilla.

Aguardar en silencio
alguna sombra de su percha masculina.

Preguntar a los vigilantes
con la boca cosida.

Junto a las neveras de perecederos
un charco
friega
con mocho,
una chica.

Es mi cuerpo desintegrado.

Una precio ha cambiado
de estantería.

Y unos niños lloran ante las golosinas
mientras la puerta mecánica
no deja de aplaudir.

El adiós.

Hoy el hipermercado
cerró
por desahucio.

La olvidó
y olvidó
que era la mujer de hielo
y con su calor
y desaires
la fundió
en una mancha
con forma
de hucha.

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