Leche agria

Tengo usados los pies de tantos caminos.
Y la nevera escuchando
el gorgorito de su motor con más
decibelios que estrellas.
Agotada la batería
de sofritos con la cebolla.
Esa que te hace llorar el caldo justo.
Siempre por dentro.
Como la termita enquistada
en la mesita de noche.
Tú quisieras escribir como Ángel,
sí, González.
Pero no llegas ni a fuertes ni a glorias.
Barbitúricos de sílabas
haciendo chispas sobre periódicos viejos.

Hace falta más amor.
De ese que tarda dos minutos
en macerar dentro de la tetera.
Émbolos pistachos.
Perchas de vestido con antipolillas.
Creyendo que al caer en el desierto,
uno cobija al otro
Se cuentan los radios de las bicicletas.
Y si llueve
cogen el agua formado cuencos
con las manos.
Pero el mutismo conduce a la sequedad
más absoluta.
Y sólo crecen las plantas.
Y aguardo que una serpiente
corte nuestras huellas.

Ser el caballo de carro, fatiga.
Y encima si quieres escribir
igual que Ángel González.
Te sientes la tira de papel
de cómica a estupidez.

Si no hay amor
la leña no arde.
Si uno ejerce de poeta
que sea para el mundo.
Aunque nadie te lea.


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