Siempre intenté llamarte pero el teléfono se había convertido en un bloque de hielo. Tal vez, si gritaba fuerte una palabra convertida en cometa. Podría tu corazón sentir el atisbo de un coletazo de lagartija. Trémula atravesar rascacielos. Sujeta con el hilo de mi lengua hablar horas, frente al boulevard hasta que los abetos florecientes cubrieran de nieve tu silencio. Un disco de Madonna. Un ponche en un cuenco de leche. Y el amor se convertía en una pócima que ante tus ojos arañaba la parte gelatina que sufre delante de los hospitales. No cambio, la mueca. Ni la pareja de cigueñas que autómatas vestían de París la chimenea de la fábrica. Bueno...ya sabe que soy una poeta remilgada que atenta contra la sintaxis y la academia de corte y confección. Pero, cuando me escribieron el ánimo no lo hicieron chico. Y pensé, en llamar un día por teléfono. Pero, absurda, completa y asnífera decidí cantar bajito cómo lo hacen las lombrices bajo la raíz de los debutantes. Libre de plást...