Reflexión cenácula

No hay mayor verdad que mi infelicidad zinc. De noches de espectros acompañada.
De no tener vergüenza.
Para admitir que el serrín
ha llenado el alma. Qué si alguna vez,
fui vil, el maestrazgo de los palos,
los desprecios,
el dolor físico.
La guillotina del abandono.

Igual que faisanes volando
entre balas y matas.
A veces uno nace bueno.
Y  el escarnio, la vejación.
El ultraje.
Nos vuelve monstruos
con olor a rosas.
Te pido perdón porque no supe
querer, desde mi egoísta ignorancia.


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