Baila Úrsula.
Hacía calor en la fabela
y las niñas de rizoma, con su resplandor inocente,
coreando a la pequeña niebla
del cabello de tabla;
le decían:
-Baila Úrsula. Baila cómo una egipcia.
Y Úrsula, entre voces,
iniciaba la danza peculiar
que tanto agradaba a sus amigas.
Ella avergonzada,
no entendía porque era la única
de poder ejercitar esas poses
en manos
y cuello,
y codos,
y espalda;
dando volteretas
sus articulaciones, sin pausa,
las niñas de la fabela exclamaban:
-Baila Úrsula. Baila cómo una egipcia.
Pasaron años,
y un día alguien le obsequió una palabra, llamada: Samsara.
Cuando visionó el vídeo,
se miró las manos y recordó a las niñas, torbellino
del extrarradio.
Con la mancha filipina de su abuelo Francisco
en guerras que movieron a los hombres, enucos por los matriarcados, fuera de la isla.
Entonces descubrió que el destino
se halla en la corriente marina
que la arrastra a ese continente.
Ya, sabía lo que era
y era la salvia, la selva y el salvado.
Baila Úrsula. Bailas cómo las palmeras
y las niñas de rizoma, con su resplandor inocente,
coreando a la pequeña niebla
del cabello de tabla;
le decían:
-Baila Úrsula. Baila cómo una egipcia.
Y Úrsula, entre voces,
iniciaba la danza peculiar
que tanto agradaba a sus amigas.
Ella avergonzada,
no entendía porque era la única
de poder ejercitar esas poses
en manos
y cuello,
y codos,
y espalda;
dando volteretas
sus articulaciones, sin pausa,
las niñas de la fabela exclamaban:
-Baila Úrsula. Baila cómo una egipcia.
Pasaron años,
y un día alguien le obsequió una palabra, llamada: Samsara.
Cuando visionó el vídeo,
se miró las manos y recordó a las niñas, torbellino
del extrarradio.
Con la mancha filipina de su abuelo Francisco
en guerras que movieron a los hombres, enucos por los matriarcados, fuera de la isla.
Entonces descubrió que el destino
se halla en la corriente marina
que la arrastra a ese continente.
Ya, sabía lo que era
y era la salvia, la selva y el salvado.
Baila Úrsula. Bailas cómo las palmeras
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