Horus

Los abrigos sin capucha son tristes
pues parecen decapitados
con la incapacidad de cobijar el pensamiento.
Luego perdemos la caperuza que perteneció
a un cuerpo de tela rojo, semejanza de la mano cuchara,
que pide la limosna del frío o de la lluvia.

Suelo taparme la cabeza,
con la extraña manía del ente,
que cobija la corona en una pose de embrión.
Por eso a pesar de que en Mayo todo el mundo
ha pintado sus cobertizos;
resisto a quitar el apéndice
que como la boca del pez hambrienta
se queda en una flor de sequía.
Los abrigos cuentan  historias
con sus intrigas de bolsillos y cremalleras.
Y sus extremidades,
haciendo la parodia de un monje
pueden ocultar las nubes.

Hay abrigos que han sido el calor humano
que huyó de la ciudad esteparia.  Un sopor necesario
con el cuello roto de una familia separada.


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