La brújula de los barcos.

No puedo evitar su galope hacia la entrada
de la casa. Los miedos regresan siempre.

Con trémulo, con bocina.
Tapan los ojos,
cerrando al aire la garganta.

Pero, luego llega el Amor
con su cabeza
sobre
la almohada de mi costillar.

Y los caballos decapitados
                                        caen con el pánico.

Y los jinetes se truecan azalea.

Con esta llave clavada en las tripas
que vira al pasado,
auxiliada por el hombre
de cuerda, de violín hecho a navaja,
del despertar a tanta fuga
con el olor de Andalucía (tomillo, fango y limón)
con la fobia  metida en el maletero de un coche
librando de la condena mis manos sin dedos.

Haciendo que los miedos duerman
aunque sea una noche
y a escondidas.


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