Casper my friend

Siempre ha habido una alianza especial,
espacial, con la luz y mi mundo.
De niña, la bombilla
de mi dormitorio de señora de cien años,
nunca cesaba en su parpadeo.

Con cierto temor, la contemplaba
durante lo que fue el ocaso de mi infancia.

Pensaba que quizás algún espíritu
se electrocutaba con la tulipa,
o jugaba a la comba con los cables eléctricos.

Esa maldición de calambre
prosiguió en una celda 
cuando las monjas francesas
nos llevaron de excursión a un convento de clausura.

En cada una de mis casas.

La lampara se rebela con mi presencia,
tartamudeando guiños
que rebeldes hacen que la decoración
sea un ojo gigante que se enciende
y que se apaga.

Una sabe que su energía
sucumbe a la duda meteorológica.
con la razón cirílica
de la tabla de Valencias, redonda y de hartura.

Que de noche sucumben
a la indigestión de los apliques.
Y que ya hace décadas
que convive conmigo como una nebulosa
que me recita morse
y cuenta historias de estrellas
hasta que me duermo,
desde niña.

Como consejero de mi soledad.






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