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Mostrando entradas de abril, 2018

Estridencias

La gente alza los codos; fija su mirada en el horizonte. Con el viento que arrecia, y el humo, densidad que corona la cabeza de las montañas. Pelucas postizas que ocultan la desolación. La gente, que gira su cuello a la nube. Desconocidos inmersos en un incendio. Cuiden las cunas, los niños, las fuentes quemadas de su hierro. Las colillas, símiles de gusanos de lava. El país en su propia ceguera. La creencia que los árboles púrpuras reposan en la lejanía. Que la llama no llega al borde de las puertas de sus habitáculos. No saben que cada persona prende y se consume como un papel que no tuvo el tiempo ( con la urgencia) suficiente para volar como un pájaro. Ll.Ll.

Advertencia.

Ayer estuve a punto de terminar la historia. No vuelvas a faltar el respeto. Mi promesa de que jamás volverías a verme no era un tratado de guerra y paz. Si vuelves a dañar la córnea. A envenenar. Te aseguro que... Por siempre.

Revisiones

Con las alpargatas voy camino a la costa. Me gusta. La paz del solitario sobre el piso de la arena. Saco un útil y escribo. Leo en el bus fingiendo que viajo a un país lejano. Que vuelvo a casa.

Trébol

Eres fuerte y salvaje como el roble. En un bosquejo de miniaturas. Dejas a la noche penetrar entre las ramas. Tus silencios. Y miras hacia los aviones sobre la coronilla sagrada de la arboleda. Mientras otros desde la aeronave saludan con sus ojos la verde calvicie de la naturaleza. Somos cambios de clausura. La tez movible. El ritmo de la dureza de los pies. Fuerte y salvaje como el monte. El lince lidiador de los coches toros que guarecen los silencios. Aves dormidas atravesando el cielo. Unas en su matriz portadoras de ánimas. Otras llevan misiles. De poesía homicida. La mandíbula desencajada. La gota de sangre. Fuerte y salvaje como un tanque abriendo vacío entre los árboles.

La vergüenza en los sentimientos

Vivimos en un mundo que es más fácil tirar bombas, que decir: te quiero. Calumniar al vecino. Atropellar al lenguaje. Disimular las ojeras. Un mundo de jactarse y la empatía en desuso. De tolerar lo injustificable. De venerar lo artificial. De manchar el agua. De vomitar en vez de abrazar a la sombra. De radiación. Con bombas informativas y químicas que corrompen. El prejuicio, la xenofobia. El iris protegido del ojo. El hacernos daño de un modo gratuito. El hecho audiovisual. De un mundo. Que no quiere admitir que con el poeta huérfano en un recital cosechamos campos de minas. Te quiero. Atragantado en el área de la preferencia a lastimarnos, a ensuciarnos, a desproporcionarnos. Sin egoísmo. Decirlo. Preferimos pisar al caracol antes que esperar un segundo su paso. Qué nadie nos detenga en nuestra autodestrucción.

Largo y tendido.

Cómo empezar a hablar. A decirle entre bastidores que marcho, pues, no me atrevo. Porque la ultima vez las estrellas cayeron y mataron a 300 personas en un estadio. Se lo tomará con humor como una mosca en el puré. Hasta le haré un favor regalado de huesos de oliva. Aún no le he dicho que marcho. Y me enferma esta situación de enjambre.

Destino pérdida

El tráfico atorado, y la incombustible fealdad del estrés de los que tienen prisa, coches comprimidos de placebo, del movimiento sin paso. De repente uno gira sin la luz intermitente y la cólera se agudiza, entre los coches, que no dejan de ser robots con gente cabreada dentro. Por un segundo de pluma. No ha habido un accidente. Es paradójico pensar que nadie hubiese llegado a ese lugar que el ir les causa tanta náusea. Un coche rojo, recién matriculado, que zafó el atasco. Mal parado como un polluelo que se ha escondido del matarife. Y dentro una pareja con los ojos de la ira que se pelean con gestos látigos. No pude escuchar lo que decían. Pero, si vi su locura transitoria. de dos cadáveres metidos en un ataúd metálico. Pasé de largo. El trance sólo les atañe a ellos. Si hubiesen lastimado a un niño en su trayectoria con las alegaciones estadísticas de los accidentes automovilísticos: la tragedia hubiera sido gigante... Qué más da que una pareja o amistad se ...

Gacelario

Tal vez nos excedimos con la velocidad. Y el auto igual que la pantera atravesó la selva arrancando de cuajo la esperanza. Íbamos al límite, conduciendo temerarios sin ser vistos. Mas atropellamos a la gacela y nuestra inocencia fue truncada. El protocolo exento en la noche. Las manos trémulas. Y el animal moribundo anidando la turbia mancha de su sangre en el asfalto. La inocencia petrificada. Mientras la huida silenciaba un pacto. El punto de no retorno de los cuerpos cuando son consumidos por la lujuria del que conduce matando a la gacela. Nadie nos vio seguro. Era de negra la noche. Nuestras huellas la lluvia se las comió todas. La humedad del muro posee un lenguaje moho incapaz de ser descifrado por el humano. Y el carmín de la servilleta no tiene boca. La gacela. Y un gesto epitelio en la sábanas. Nosotros nunca estuvimos allí.

Presentación antología Valencia. Poeta en Nueva York, poetas de Tierra y Luna

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Recién llegada de Valencia proclamo que soy lorquiana de espíritu. Tenía trece años cuando leí por primera vez a Lorca de Poeta en Nueva York sacado de la biblioteca, y aún recuerdo que estaba ilustrado con dibujos realizados por él. En el colegio Lorca era el poeta del verde que te quiero verde. Y fue un impacto descubrir esos poemas para una mente tan ávida que no se conformaba con la Superpop.  Participar en esta antología en mi caso ha sido un devenir kármico, Lorca siempre ha estado muy ligado en mi vida. En las horas bajas. El estandarte de la genialidad y cómo por amor encontró la muerte mediante la oscuridad del ser humano con sus guerras, confabulaciones e hipocresía.  Los compañeros fantásticos. Pluralidad de voces. Y alma férreas de hojalata. Porque la poesía es del pueblo. Basta ver cómo camina la gente a su quehacer diario.  Vivir. Y luego leer. Librería Bartleby

Sputnik me despertó a las 6:30

Con mis manos desnudas y el corazón cantando la quietud de estas alforjas de hueso y carne. Del lunar y la piel con la gravedad de los astronautas. Vira viral el libro alrededor de la cabeza. Tanto astro que muela. Tan poca la coyuntura del Paracetamol y un vaso, pozo de vidrio. En la expedición del amanecer en los cuartos. Me gustaría girar alrededor del libro planetaria melodía y brindarle amaneceres. Pero nos quedamos quietos en nuestros mundos de marciano. Y el libro completa su elíptica. Él se mueve. Proyecta su sombra a través del eco foco de la ventana. Créeme sol no tienes nada que hacer. Ni tú tediosa luna de lobos, bolos y aceitunas. Él robotizado y alienígena. Dentro del silencio ancestral de los cometas. El libro. Con su ciclo de páginas. Y nosotros memos cohetes dando vueltas como moscas sobre el plato. O peor aún alrededor de una cara famélica. Condenado a desaparecer. Ll.Ll.

Antología Poetas de tierra y luna.

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Hoy es un día muy especial. Hay un amor que no sabe dónde mora su cuerpo pero sí su alma. Lorca regresa más vivo que nunca en esta antología de personas y duendes  Esta tarde 9 de abril en Valencia. A las 19:30 en la librería Bartleby.

Rato

Existe un amor mudo porque su lengua es luna, cortado muñón que blasfema entredientes la belleza callada del amor que descansa en el caldero. Sin lengua. Cómo expresa la esencia momia del que siente y clama lo que no puede, ni debe, igual que una laringe tullida. Unas cuerdas vocales. La caricia, a lo mejor, que farfulla al cuerpo, la inmensidad del cosmos, que también dialoga. En este silencio de cicuta. Si soy alma mendiga donde el amor exhala la muralla china de las palabras. Es mejor, quedar encallada. Con la tijera que cerca del páncreas un día seccionó la lengua al amor. Por eso él, no conversa. Se queda quieto, como un ratón antes de que explote el alcantarillado. Por el miedo a no ser correspondido. Ll.Ll.

Las estatuas del refugio de guerra

Lancé una piedra al río, con la esperanza de la moneda, mirando el ruego de su lenguaje reflejado en el agua. La piedra, proyectil hiriente, que regresa a casa. En medio del camino. Dentro del zapato. Cocinada entre las lentejas y el arroz. Del río a la mano. La piedra que no se rinde y reaparece. Levando el peso extra de la incomodidad del tropiezo en la mineralogía. La piedra. Me mira la piedra. Miro a la piedra. Nos miramos. Quizás haya que dar una oportunidad. Y no sacarla de mi vida. Que vuelva a sentir la sangre. Masilla, blanda y espesa la piedra. La puñetera piedra. Dejemos de una vez latir al corazón: Ben-di-ta- mal-di -ta. Ben-di-ta- mal-di -ta.

Llover sobre mojado

Esta noche llueve en Estocolmo y en Dublín. Y los habitantes escuchan su traqueteo contra los cristales como cuentas de arroz que se despojan de su cáscara. La soledad acompaña. II Tiene una rara relación con un hombre apaisado. Él nunca la complace más que con excusas de bares y mercadillos. Tal vez esas marcas en el pecho, símbolos de un sadomasoquismo encubierto. El trébol amarillo del cabello en el coche. No sean más que hogueras a una vida que da paso a una doble vida. III Aburrida. Rodeada de libros. Llueve. Y estoy en una isla. Me engaña. Y no me importa. IV Debo abrir la ventana y dejarme empapar por la lluviosa noche. V Las marcas. A él le dan un placer que yo no tengo. Y ha llegado a un punto que todo no es suficiente.

Los pájaros hambrientos de luz.

Cuando los ojos hablan por las palabras los pájaros hambrientos de luz vuelan de cenizas. Y nos construimos como figuras de Lego con los pintados en un estante. Sin alas. Portadores de picos capaces de atravesar la paredes del abandono caliza. La grieta invisible. Metástasis de la tragedia que se avecina. Ll.Ll.

Frenesí

Hemos aprendido a matarnos lentamente. A resguardar del frío el último pecado con nuestros difuntos en las estanterías de Ikea como muñecos de anticuario. En los dedos dedales para evitar los rasguños cuando como bestias de la selva hurgamos las pieles despellejadas. Caricias de fibra óptica. Qué transfieren el latido a cada una de las secuelas. Que al llover nos aseó del arrepentimiento. En la selva jueves del desempate técnico: Ya no sufrimos versus ni nos hacemos daño.

Parodia lilas

Mi madre asegura que las magdalenas la incitan a que no quede ninguna en la bolsa. Que poseen sustancias adicionales. Ella controla el chocolate. Con la suficiente voluntad para no engullirlo. Pero las magdalenas. Son manjares del Parnaso que para una mujer diabética es la penitencia más dura. Mi madre hoy ha llorado. Era el cumpleaños de su pareja que hace seis años también desapareció cómo el enigma de las magdalenas. No me gusta que llore. La noto fatigada. Me ha dicho lo contenta que se ha puesto porque he ido de visita. No recuerdo quién me enseñó a perdonar. Pero fue la medicina, el antídoto del imperio de las magdalenas. Del dolor al destierro. Sé que no fue mi madre.

Té helado

No todo té es frío, ni las calles tienen nombre o ubicación, sobre las mesas en las terrazas de los bares. Existe el corazón isleño rodeado de sal y de agua, que con ojos sabe mirar a las corrientes. Como un submarino de óvalo, que viaja sonámbulo entre los que alegremente saborea la sed y su recorrido. Es necesario, aislar el pensamiento. Sellar la escotilla. Y lanzar el cuerpo hacia al otro lado. Aciago tránsito. Del que se saca los ojos para contemplar por quién late esta maquinaria de nudos. Nubes dilatación. Sol cetro. Y marea hostelera que saca de su té de algas y escombros, un nombre, después del litigio. Lo mucho que le amo, y que no tiene dudas. Pez corazón. Con puestos los ojos de nuevo como el despertar del día. En un lugar del Mediterráneo que ni Google mapas conoce. El corazón acribillado de secretos.