MINOTAURO Y LA ISLA DE CRETA

Por qué nos empeñamos
en hablar de ornitología.

De charcas separadas
por un muro de Berlín.

Patos en una mancha
y nunca has percibido
que no soy anade
sino rapaz.

Déjeme volar,
me gustan las nubes.

Estimado amigo,
este sacapuntas
que pule la paciencia,
donde tu boca era la brecha
que brotaba de cualquier
boca de incendios.

Donde mi cuerpo
fue almohada,
lápida
y el reloj de arena
de tus horas muertas.

Con que derecho
reclamas
el feudo de mis senos.

De mi cadera oxidada
si me usabas de plato,
sobremesa
y ocaso.

Noches de bohemia
y pies descalzos
sobre el asfalto-rocío.

Y mis zapatos de tacón,
sortijas en mis manos.

Este coto
tiene dueño.

Si sabes que en el cuadrilátero
no tengo reglas.

Y como la nuez moscada,
la amanita
y el cianuro,
envuelta por el alón
yací en tu cama de franela
toda una noche.

Rosarios en la mesita
en paralelo,
les puse forma de corazón.

Detrás de tu puerta
todos los amuletos
del mundo
que no pueden diluir
la tinta
de nuestra voz.

No soy de nadie.

Mercurio.
Éter.
Mala hierba.

Sé que duermes a oscuras
y hasta por mí,
abriste las persianas
y el estor.
 
Pero mi luz
es de tinieblas
y en el laberinto sensual,
Minotauro.


                LLUÏSA LLADÓ.

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