Crónica trófica

Llegas del trabajo ojerosa,
que nada tiene que ver
con las ramas ni con las flores.
La axila, resguardo
en un pijama de franela. Mientras
recoges tus pedazos de cincuentona.
Y observas a la chica de Vodafone
que de ángel pasará a modelo
de cremas micóticas en sus pies de atleta.
Y susurras al caballo loco
que vive en la trastienda de tu mente.
Si vale la pena el destierro
de aquellos que te ignoran
igual que a una pastilla de jabón
en manos de un hombre sin garganta.
Duelen las palabras que se grapan
a los papeles sin sentido.
Pero después del aseo polaco
una aprende que en los centros comerciales
también existe la primavera.
Y qué no es más sabio el que lee o escribe.
Sino el que de sus sobras hace fiestas
detrás del cristal de los perdedores.
Una escupidera: tu rostro.
Para aquellos que creen ser mejores
que los muertos.
Sucia del cartón. Y marina de cuerdas.
La poesía también trabaja
en los suburbios.

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