Papel rosa

Había en la estancia
un papel que adornaba las paredes
con una textura de grano que olía a pan.
La decoración compuesta por flamencos
en el espacio como violines horizontes
recordaba el ocaso de niños
en charcas. Supongo que todas las salas
de espera visten entre lo ceremonial
y lo salvaje. Para que el ojo se acomode
y el corazón de gelatina cuaje el tiempo
sin la arritmia de los trenes. Porque dudo que
solamente exista lo que podemos retratar.
O bulle algo más ético en la sabana
con el artificio de los besos y el sismo
del síndrome de piernas inquietas,
en la sucesión consulta de nombres.
Campañas de uva y la imagen
de lo transmisible para ser consciente
de que la Navidad es un pretexto.
Con turrón en agosto y odio macerado
en pulseras. Pronto saldré de este habitáculo
con la piel quemada
pero sin la obligación de ser un ave
de papel pintado
que por muchas alas de acicalamiento
volar no implican, ni querer subyacen
en un mundo de metros bajo los pies.
Una casa sin huésped.

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