Navividad

Cuando espero la carta
o cuento las sillas del comedor vacías.
Y tengo el frío nasal
que no puede ocultar el rostro.
Yo, como tú,  maldigo este avatar
de folletos y de pasquines.
Me cruje la vértebra hacia Levante.
Y un ligero sabor a gamba naftalina
recorre el pasillo de una niñez
que melancólica te chupa la cabeza.
Quemaría los abetos de nylon.
Y raptaría los ágapes para los niños sin boca.
Cada palabra sería maldita.
Y con un martillo golpe a trago
sabotearía trineos y la fe.
Pero, aquí estoy,  con la fibra mutilada
sonriendo a los escaparates, al cielo,
al objetivo. No me importa si mi ropa
huele a asado y si tengo una espada en el ojo para sentir el amor. Soy agradecida
con el peregrino y sacudo mi pulga esperanza
porque todos, todos,  tenemos garajes
inundados de mercurio. Heridas extintores.
Y noches de hospital.
Fue duro el camino de liberar la ira
de esta lava nupcial de celebraciones.
Lo hice, porque echar la culpa a los demás
te invita a hospedarte en una nube.
Y es injusto con la ilusión
de los que no han vivido una guerra
bombardear belenes y tirotear a los de Oriente
encaramados en los balcones.
Por eso lanzo esta mano granada
de corazón erizo y brindo por las ciudades
donde jamás la nieve pintará de blanco
su mirada. Paz te pido paz.
Como un whisky en un "burger".

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