El estanco de la poesía

He lanzado un cigarrillo sobre tu losa.
Sé que te gustará la idea.
Y no he sido la única persona
que en esta vigilia mestiza de miedos
ha escogido para honrar tu cuerpo nube
(la fugacidad es un cúmulo desvanecido en el cielo) tabaco junto a los candiles.
Camino al bosque santo puestos custodian,
ofreciendo cristales y cera, flores.
Como un preludio a los árboles de pájaros
y a un aroma capaz de erradicar
el olor putrefacto
de los inexistentes jarrones con agua.
Lanzar un cigarro puede ser una osadía para un neumólogo e incluso un chiste
al cáncer de pulmón que te arrebató
el fin y el principio.
Ayer me acordé de ti entre los que ya no están
pero siguen guiando los recuerdos.
Porque conozco vivos sin un hálito
y muertos que desde la memoria
te reconfortan en la psicosis.
Una madre puede adoptarse.
Una hija que respira ser un muerto.
Una taza de leche igual que un poema.
Por eso te he traído un cigarro
porque la felicidad mata y sé que aunque lo hayas dejado, fumas en un bar
delante de un cenicero rojo
guardada etérea en nuestra cabeza.

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