Pezucio

Aún recuerdo el golpe.
Del coche la frenada posterior.
Y tu preocupación por la carrocería.
La cual se había convertido en un molde
del animal que había sido atropellado.
A lo mejor la ceguera de la ruta.
La fatiga, la música melosa,
la inoportuna presencia de un ser vivo.
El improperio cruzando la carretera.
Y un cervatillo desposeído de vitalidad
en agonía manchando los ojos.

Sólo interesa el tiempo perdido,
las náuseas al contemplar el destripamiento.
El ruido de la existencia
que se larga como un leño roto.
El traje tatuado, la voz cortante.
El deshecho de la velocidad.
Y yo metida en una gasa.
No te das cuenta.
No percibes al animal herido.
Está frente a tus narices.
Se desangra.
Lame, respira mal.
El ahogo es inequívoco.
Del atropello constante de las prioridades.
Tirita de frío, le han quitado la manta.
de inherente poeta.

Con demasiados anzuelos en el corazón.
Y un coche con el motor sucio
 que te ha sacado de la órbita.

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