Descebrareda.

Siempre tuviste el alma de cebra,
difícil de domesticar,
con la tinta suficiente en tu piel
para escribir en los espacios calvos.
Y tu corazón galopante
con las extremidades
fuertes como aguaceros
atadas al árbol equivocado.
Tú que sólo tienes pavor
a la mancha negra de la oscuridad.
Al desdén propio de tu sangre.
Que en la noria dispensa
la vocal cerrada
de una ola que te abraza y ahoga.

Tal vez la salud te come
y la pendiente se sujeta al fruto de tu oreja.

Escucha al viento.
A los camiones de la basura
por la vereda.
A la tirantez noctámbula.
A la nube callada.
A tus ganas de seguir luchando
aunque tengas que sujetar
el cuerpo dormido.

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