Clavo

El viento galope por las calles.

Y servidora entre dos mundos.
Histérica, como una hoja alborotada.
Y él, pasivo para no perder la costumbre.

La discordia era irregular.
Yo chillaba.
Él miraba hacia otra dirección.

Yo no soportaba el alicate
que suponía la mortaja
de su actitud frente a la vida.
Lo despiadado que era con mi
razón de vivir. Le recriminé
como la ostra al sufrimiento
de su perla. La falta de apoyo.
Su ausencia de ánimo. Las lágrimas
que había pintado en mi faz
previo subir al vagón.
Cada recital era un parto prolijo
y su desdén me enervaba.

En oratoria nadie me gana
y como un espadachín
desfloraba los sentimientos.

Pero la templanza era
la mejor arma del enemigo.

Y acabé con un monólogo
de taberna.
Y al término, espetó que la última frase
era apta para un verso.
Un verso que leería el cosmos,
sin mi pudor por límite.
Exhibicionista.
Amante del postureo.
Profanadora de la intimidad.

Le grité:
Soy artista.
Necesito comunicar.
Interacciones.

Cuando nos conocimos, te dije,
una actriz porno y una poeta
tenemos en común la desnudez
frente al mundo.

Y mucha gente nos verá en cueros.

Tú me miraste sin comprender nada.
Y aún continúas, pasivo,
mirando hacia otra dirección.

Avergonzado de mi persona.


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