La voluntad propia.

De la fragua de la guerra
la peor parte, arrastrar al cadáver
que agoniza, tras un camino vocal.

Con la equivocada creencia
de que respira, cuando es el eco
de los álamos, de la maldición en noches,
de la pretensión a montar ruedas
en las piedras. Un bulto que te abraza al cuello
con la ingratitud de matar al padre.

Pesa en exceso, el que de los bandos
sea yo la milicia que apuesta por la vida
bajo la lluvia de balas,
Con la sangre en los tinteros de la ropa
abriendo abanicos
con floral lunar.

Con la sórdida pieza
de abastecer la tapia
para comprobar en aritmética
que salvar a un muerto
acaba en decimales.
Y exepelios tras los otros,
mientras el olor aterrado
se mete dentro de ti en proyectil.

Antes devoraba una década
en cerciorar que la lucha
se desintegraba en polvo.

Ahora no debo permitir el lujo
de los bolsos de marca,
debo ser mordaz veneno
para asumir que quien se vuelve invisible
es por voluntad propia
aunque nos cueste la herida en el dedo,
aunque no fuera lo encuestado,
en el vacío de cubiteras.

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