Los botes que ocuparon las tazas.

Abres el armario de la cocina, Y percatas
que has ido colonizando pacíficamente su espacio.

A este hombre de astenia a la cafeína, a los polvos de cacao.
Al azúcar. Que en vacíos ostentaba
la huella que con albedrío he morado.

Allí en periferia ciudadana, conviven botes, y tarros.
En abultadas esencias que aletargan o vivifican el estado del ánimo.
Tener encerradas  las estaciones.
El aroma de la niñez, rivalidad de mi personalidad vírica
donde he edificado sobre la tisana,
en la leche rancia que no es leche,
con la sacarina escueta a brazo partido dentro del sobre
para ser veneno en reflexión del sabor y la dominación más absoluta.

Callados miran en rasuramiento,
un muro que oculta la vida de antes.

Del antes de que con mi tropa matinal
abarcara al armario, desarmado con tanta violencia.

Pienso, que quizás los espacios sean de uno mismo.
Y que es sana hasta la insalubridad de la respiración que no aporta oxígeno.

Me avergüenzo de esta dictadura
que siempre ha desayunado con el egoísmo.


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