Dormir en la entraña de la tierra.

En casa un nuevo colchón aparecerá por la puerta,
asfixiado por un plástico,
sediento de mimos, de vaivenes, de sueños.

Recuerdo el día de la compra
como filetes empanados
retozábamos sobre múltiples oportunidades de muerte,
mirando al techo de establecimientos
que parecían museos de cera
acicalados en algún rincón con fundas y mega pancartas
que hacían bizquear la vista.

Te dije, bésame, agárrame fuerte,
pero, eres demasiado íntegro,
te apuraron los ojos de una vendedora
y el silencio de todo un despliegue de telas obesas

y de tapiz.

Los dos somos de muelles, pasando reverendo-mente
de lo que llaman vicoelástico
que no deja de ser el nombre pijo
a la espuma de toda la vida.

No te atreviste, y me quedé con las ganas de saber
si una vez adquirido
ese beso valdría la pena
porque la experiencia ostenta el grado
que mide la curva de dónde va nuestra relación.

Y sentada en una silla de oficina, aguardo el timbre
que traerá como el mesías,
un trozo de materiales en prensa.

No olvides, cariño, que me gusta dormir en el suelo,
Sentir la arena y retozar en ella.

Ensuciarse, significa vivir.


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