La congénita ecuestre.

Mientras sopla febrero por las calles
me pregunto si sufre la pierna rota
del caballo antes del sacrificio.

Si en su doblez, el amo
justifica las portadas de los diarios
y el sudor que recorre su frente
antes de encañonar a la criatura
descompuesta.

Tal vez un vendaje oclusivo.
Una inyección salvavidas.
El arrullo de los potros en tierras indias
que podrá socorrer de la muerte
al que fue su peana, su poso, su testigo.

El disparo cumple las funciones anológicas,
surte el efecto de la traición hípica
de los que padecen el uso de las carreras.

Relincha con murmullo,
saborea el aire entre la saliva que purga el presente
de una odisea que de tragedia
parece un costumbrismo en los establos.

-Cojo, quiero mi caballo, cojo.

Le dije al hombre
que apuntaba a la dirección de los vientos.



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