Zarzaparrilla

Acaso la mora se siente libre
entre las zarzas, los matorrales sintéticos, los cables
del belén diario de los porteadores de coches,
del viento que no cesa al rayo.

En esta plegaria de un mundo que no entiende
que se ha iniciado una era climática de destrucción;
similar al cataclismo que supura mi pozo
a través de las rendijas en que
sobresalen llamas de averno
como brazos esperanzados
en oración de muerte.

Exigiendo al destino sus atrocidades,
el por qué de ser planetas
en órbitas que se unen y se disipan,
en la gran explosión, en la pausa bendita
justa antes que la rama siente la patilla del pájaro.

Ésto es un desguace de sentimientos
que florece en pecas malignas. Ni la crioterapia duele
con su brasa nórdica con los legionarios 
que se atrincheran al auxilio,
de la vez que usted me echó de su vida, como el arrancar de una garrapata
y se quedaron las extremidades inertes, en juncos
que disparan hacia el vientre
que es donde yace el alma
y dejemos los corazones
para los que no vean más allá que lo que tocan.

Morir, escribiendo, hasta el epitafio.
Hasta la memoria metida en píldora.

No sé...adiestrada
a su cometido, no me muevo,
salí del paraíso de su corpulencia,
y cada día hilo las mallas
que me cosen más a la tierra, a los vivos. Pero, el poema no deja de latir.

Y no puedo olvidar.
No.
Y eso, es mi castigo.
La libertad de una polilla metida en una bolsa de plástico.
Qué alejan las circunstancias de la bombilla
de su dios, de su propia materia de estrella.

Que los elegidos distinguen para nuestros castigos.

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