Irradiadores de aceite.

Mirando las flores de tela
y sentada sobre la alforja que supone un parón en la existencia
puedo tejer cada palabra como la herida
de la muerta después de la autopsia.

Si conocedor de los avellanedos y la pirata
que nada entre las sangres
que este nudo que me ata
supone mayor losa que ventaja
en desesperación de lo vivido
que ahora queda como una caricatura
de plumas de ruiseñor.

En este hueco de página,
con la piel que muerde por la cortisona,
por todas las veces
que mis pies anidaron
y mi sueño fue pájaro
en la ducha de los elefantes.

Morir debe ser esto.
Lo más parecido a la secuencia.

Con los brazos en amalgama
pidiendo lo que no puede ser.

La súbita.
La intolerante.
La cruzada.
El infierno.

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