Compartir terrores nocturnos.

Ahora que la noche no la pertenece
el pudor de que él vea los trágicos, 
ida en otra dimensión,
la convierten en un extraño pomo
en la puerta de su dormitorio.

En ese momento
mil caballos por hora
arrastran el cuerpo
bajo las constelaciones.

Los miedos que se agudizan, toman por revancha a la niña
del pijama y tirita, tirita de frío.

La desnudez de la inestabilidad mental,
cuando ni articular puede la palabra
con el trotar en el corazón 
que conduce el alarido hacia la calle,
en verbos de trementina
hasta despertar del trance
como un flecho.

Esta madrugada de propia voluntad
ella duerme sin el temor al esputo del pánico, 
permitiendo que el poema
emerja submarino de entre, el miedo, las aguas.


Y él, que duerme al otro lado,
pregunta por el color de los monstruos

que habitan 
en los sueños
de la mujer callada que mira a la pared.


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