Canción triste de Bird-Street.

Cuando en Chinatown derribaron los bloques
y en su lugar edificaron un aparcamiento de pisos,
de esos, que en espiral levantan el ánimo.

Creí morir de pena, la ruina fue sin previo aviso,
con una antigua arboleda en barricada
y un pequeño colmado que dispensaba galletas de la suerte
a los que aún poseíamos la fe
de que de amor se podía morir.

Fue tan inmenso el vacío que las manchas de los perros
cayeron igual que las hojas del otoño
y el grifo en su goteo cantaba clerical
al entierro de conversaciones, y aguas
que se desvanecieron en trances, productos de la demolición.

Qué duro encontrar la salida entre los escombros,
poder tramitar cada una de las circunstancias
a un destino de cuerpo encogido dentro del saco,
de preguntas sin respuesta,
de gusanos que se devoran ensimismados
la seda, al no tener sustentos ni en la lluvia del oeste,
ni en el canto de las piedras al caer con los hierros,
ni en la necrosis que supuso la cobardía
de los que se van y regresan,
como sino hubiera pasado absolutamente nada.

El dolor creció en rosas.
La incertidumbre braseaba al poema en la noche,
creando hogueras que quemaron los sueños.

Los árboles volverán después de las islas,
y el perdón lleva franjas en los parquímetros.

Todo está igual, los edificios, las calles,
las farolas, las tuberías, los cubos de basura, los tabiques.

No te lo creas, tus ojos han cambiado.

Comentarios

  1. De las canciones tristes se desprende que nada es igual, aúnque nos resistamos a creer que nada ha cambiado.

    Un abrazo

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  2. Efectivamente apreciado amigo poeta. Gracias.

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