Anestesia.

Qué será de todas las muñecas de porcelana de sexo indistinto, 
blanqueamiento del derribo, rojo por la sarna.

El misil, número sin número, que cayó del cielo,
cuando en la niñez nos enseñaban que el cielo era bueno, 
que traía la lluvia, el sol que asaba a las patatas,
la luz que cobija las manos que ahora sangran en el asedio.

Estoy inmóvil. No siento las rodillas y soy un saco de cal que ya no llora.

Cebolla bajo la tierra que sin raíces escucha los latidos de los perros.

Sólo, aguanta un minuto más, juguete de juguetes que cierras los ojos.

Mi cuerpo es ahora la casa de mis padres,
y  sé que no siento las rodillas.

La boca se llena de un amasijo de lo que por tanto matan,
esta cucharada de ciudad
que respira aguda el hilo que trae la ruina que baja hacia los infiernos.

El cielo para el apátrida
es el tumulto de los abrazos 
tras los bombardeos

de la  ira

para los hijos de porcelana de sexos indistintos.

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