Oda al café matutino frente al sobre edulcorado.

No pido mucho, una cafetera de aluminio
con el brazo en jarra de una taza
y un sombrero cordobés.

No pido nada, más que un metal y sin diamante
anillo de silicona y embudo, para desasear el agua
en lodo amargo y hierro candente.

El olor del café. Me recuerda a mi tierra,
a la infancia que nos ofrecía en cucharillas
de plata, su exquisitez más absoluta.

Brebaje quita sueños, espantapájaros.
Abate aburrimiento, cántaro del latido,
medicina para los pensamientos
e inyección para los que vivimos del primer olor de la mañana.

Si comprendieras que mi madre
es parte de su música, cuando hierve
y acaramela el vaso.

Correrías veloz como un rayo, a comprar una cafetera,
no pido mucho. Ah y un paquete de azúcar blanquilla
que a las isleñas nos gustan 
los besos dulces y el café bien fuerte.

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