Transporte urbano de Palma.

Sentimiento de los párpados que pían
y la boca con el orujo telaraña.

En los autobuses de atmósferas de Marte
con sus estrenadas tapicerías de polipiel
y la gente adormecida
gaseando el aire frío 
los órganos como islas de un congelador humano.

La pena con el REM visual de cada sofoco septentrional
con el relleno de la telaraña haciendo bolillos de líquenes,
de motas y artificieros del abandono
en cada mueble pintado de polvoriento.

La relegación  a un prisma
con los miembros que no son más que alacenas
con patas llenas de recuerdos, tazas con besos olvidados,
bajoplatos con huellas táctiles de ocho, ánades sin agua en la momificación
del canje, allí ladeando de un lugar a otro,
con la espuma y las puertas descolgadas
en un buceo.

Y no conseguir sacar la cabeza nunca
del fondo.

Volver siempre a la guerra
y creer que los muertos
te abrazan y los vivos hacen leña con tus huesos.





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