Marino, cítrico y lavanda y antipolillas.

Quién no ha tenido en su casa, un ambientador de plástico
con troquelados y en su interior, 
una pieza-gelatina como una lengua temblorosa 
que emana efluvios de pachuli.

Se colocan en lugares visibles para que la fragancia pueda purgar
el momento impreciso o inadecuado.

Ojalá, pudiera servir para que una mala palabra
(de consecuencias que nunca nos abandonarán)
no exista d-oliendo.

Aparatos de bajo precio, que nos gustan 
y compramos desde el último baldo de la tienda.

Ahora, nadie admitirá que en una uve del armario
habite su corpulencia de ferretería, 
tienen vergüenza del "enser" diario.

De meter un pájaro volando en el poema
hasta que se extravíe.

Para que reste un hedor y poco más.

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