La próxima estación.

La vendimia desflorada
y las primeras naranjas dulces de labios,
porque debías varar en mí, en la medianía
de los que aprendieron a vivir sin el color en las pupilas.

Te observo desde el ángulo perfecto
y reposado duermes bajo el influjo,
guerrero derrotado por la almendra,
de la regata de lo que fue mi cuerpo,
un mapa sin ciudades.

Me cobijas aún sabiendo que el corazón yace en mi bolsillo izquierdo,
miga de pan de raíces, 
las esporas que pululan 
junto a los vientos otoñales;

para en tu espalda hallar la casa
que tanto anida el pájaro,
crisálida de tu lengua
para la uva temprana
con que he macerado la mimosa amarilla.

Duermes y te observo.

Recolección de la cosecha,
de este poema de amor
para el hombre que rompió mi tórax,
sanación del monstruo 
que no sabía llorar.

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