Llévame a ver la ballenas que nadan en tus ojos.

I
La afirmación de la imposibilidad
de contar las estrellas
en constatación.

II

Sumergida a ti los delfines nos miran a la cara
y cavilan los anómalos,
los danzarines de un mar de tela.

Me giro en coordenadas y la vela se agarra a la madera
en nao constructiva, haciendo que en la cicatriz
supures abisales verdes de praderas marinas.

Si en tu pecho he de hallar la perdición,
si en este desnudo, las cartas juegan un papel importante,
de ser caballo o sota según las calidades humanas
de la mutación de como dos microorganismos se aman.

Las copas bendicen nuestra unión, con el siete de espadas que en lluvia de acero
nos cose las manos, los pies, en un estigma de amantes sobre la geometría de los maldecidos.

Ratifica que tu océano vive, que las ballenas nos esperan
allí a lo lejos, cerca de galerías de bocas que devoran el pan
de los turistas con gafas de marca.

Que en esta arriesgada cuece cada órgano
tu nombre en olla, y se purgan en animales fluorescentes
de verbena o de la malta isleña crecida en hipocampos.

Que cuando tus brazos me rodean se forma un istmo
con pedrada de Mayo, con arroz de nívea,
con los jilgueros del jadeo, con la constatación de la imposibilidad
de contar las estrellas, porque cuando muere una nacen tres, mil, cien,
quién conoce el número exacto de nuestras vidas, de nuestros amores que como fanales de uvas explotan y se regeneran.

En acto físico perezco y hembra veo más allá
de esta península nacida
a través de tu sexo.

Y si nuestra baraja platica el barniz as de oros,
y si los bastos son las zarzas
donde se esconden
los animales de las almas en celo,
su sentir, mirando como caen los cometas
en una octavo piso a la galaxia.

Mi mandamiento.
El pecado confeso.
La redención de esta poeta de sietes
Foto del tranvía del  Serradal, Valencia.
¿No habitamos ya dentro de estómagos de cetáceos?
al ver las ballenas que nadan en tus ojos.

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