Clasista.

Cuando el ogro duerme
ella sale a pasear al jardín,
él, confiado de su escuela
deja los portones abiertos.

Sabe que a pesar
de las rosas
en aproximación
obsoleta, bien adoctrinada,
jamás cruzará la línea.

Al principio pesaban los candados
asfixiando el tórax,
luego, la costumbre
en picos de gallo
encogiendo el estómago
y el síndrome de Estocolmo
paciendo en el aparato digestivo.

Qué contento está el ausente
que con paso gigante
ha cruzado la montaña.

Confiado,
cree que yacerá la hierba
perfumando su lecho.


Ahora y nunca.

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