El amor debajo del felpudo.

Abrazada a la sabina.
Sentía
que mis extremos
se unían al hombre-puesta de sol
que jamás contemplaré
en mi lacra existencia.

Mis brazos
eran vocales que se aferraban a su pecho,
y escuchaba el latido 
de cada gota del reptil
desde los más obscuros retos del ánima.

Me posaba como una manta mora
sobre su arena
bramando al océano
el rugido.

Abrazada al alcornoque.

Mis piernas eran
las que conseguían hebillar
su sexo, a horcajadas la hache muda
se abría paso a la tundra de las palabras
desde la nota musical indígena-oda-de pentágramas,
me decía vete, qué haces aquí en mi corazón,
y desenvainada con disimulo
sostenían mis dedos un poema
colgando subterráneos
hacía el océano y su arena.

De pozo,
de amor que no es amor
como un murciélago
porque no vio la luz nunca
y fue un sarpullido de corteza de árbol, brazos y piernas pares.

Abrazada.




Comentarios

  1. Te alabo el gusto, yo también prefiero el alcornoque, que la sabina parece que ande siempre retorcida de remordimientos. Al menos el otro despellejado y todo busca su vertical.

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  2. Soy del árbol de la Sabina, Julio...Gracias por tus palabras.

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