Histeria para no poder dormir.

Si ella en un arranque confesara la dolencia, seguramente hubiese acabado ingresada en la unidad psiquiátrica, por un brote psicótico. Tres días hacía que había aparecido un bulto intangible, fueron los vientos otoñales con su picadora de sentimentalismo el que facilitaron el trasporte del pacto con el diablo. Ella estaba acostumbrada
a visitas inoportunas, de los pequeños ángeles caídos que discretos conviven con lo cotidiano de las luces
y las aperturas del frigorífico. Llevaba bastante tiempo que no acudía ningún espíritu a su hogar, es más estaba en el convencimiento de que la presencia de sus perros negros los mantenía en vereda.

 Éste era diferente, muy cruel de una violencia inusitada había arrinconado a sus animales, y desde el primer momento que sintió su energía, la malignidad creciente en su cuerpo se transformó en miedo. Ella estaba asustada porque no era de los que se conformaban con mirar o sentarse al lado mientras lees un libro. El espectro deseaba hacerse notar, y así incrementar el pánico que la mujer bien conocía en esta clase de hombre parido. Y empezó, sin saber de que modo a apoderarse de su vitalidad, la dejó postrada en la cama, con un dolor inimaginable, que la perforaba como un alambre a una guinda. La devoraba y angustiada pensó en los remedios caseros para ahuyentarlo: encender incienso o unas velas. Era inútil. A base de analgésicos, valiente se enfrentó a él diciendo que no la lograría mermar, porque dentro de las limitaciones, ella es poderosa.
 E inició una catarata de pensamientos positivos para despojar su peso malvado; se duchó, perfumó el cuerpo con jazmines e invocó a las madres de la naturaleza. Su atrevimiento lo enfureció e inexplicablemente la encerró en una habitación sin poder salir. Ella empujaba la puerta con furia hasta que con  resignación y sentada en silencio, pudo constatar que todas esas sensaciones no eran fruto de una imaginación febril sino de un ente perverso. La puerta se abrió... Y ella se alejó descompuesta de su propia casa para cuando regresar de madrugada no poder dormir ni en su cámara, pues, las luces no dejaban de temblar. Ella recogió su almohada favorita y una colcha, y sitiada durmió en el sofá con sus mascotas inquietas.
El sueño venció al temor mientras él acariciaba sus piernas y sus cabellos... hasta que a la mañana cuando despertó molida encontró una piedra pulida de cuarzo rosa en el suelo, para apretarla fuerte en su puño.

Por qué has venido a visitarme.
Por qué tienes tanta ira y odio.

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