Burdeces nocturnas.

No me quiero casar.
Ni poseer el término novio.
No entiendo la morfología de esas sílabas,
a ellas voces le sobran, prefiero casa sin erre,
anhelo ver más que ceguera de la orbe.

No quiero seguir siendo un coyote
cruzado con zorro, escarbando hoyos
para no ser más que un grillo
trepando por tu manos.

Me basta un tiempo.
Las risas desvestidas de pijama y camisón.
No necesito cadenas, ni cerrojos,
ni saber la periferia de tu radiactividad.
Es un gesto de nobleza
igual que cuando la luna se pone toda mona
para salir en la foto postal de una red.

Un almíbar de tu lengua.
Un verso de tu ojo estrábico.
Un quejido de la madera de tu médula.
Un... no es necesario vernos,
estás en mi alma.

Tu eyaculación masculina
puede hablar de revistas de motor
y de migraciones cutáneas.

Pero yo quiero al hombre,
al sabio,
para la diminuta mota,
(yo quiero al final
lo que queremos todas
por muchas extensiones, aros nasales
y tatuajes en la avenida de Venus)

No deseo la carne ni el contrato,
No colecciono ya muñecos.
Sólo me basta tu trama-enredo.

Una palabra.
Algo.
De palabra.

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